¡Bodas, bodas, bodas!

Tenía muchísimas ganas de escribir esta entrada; y es que el motivo por el cual hemos hecho más kilómetros que el Talgo es porque hemos estado de bodas. Sí, en plural, porque en poco más de medio año hemos tenido 5, y las que nos quedarán. ¿Pero sabéis qué? ¡Bienvenidas sean! Y es que cada vez que hemos ido a una, de verdad, hemos experimentado el cielo. Tal cual. O al menos yo, que por eso me pongo a llorar sin ton ni son a mitad eucaristía porque rezumo alegría y de algún modo tiene que salir. Así pues, desde aquí felicitamos a los marido y mujer y a estas nuevas familias llamadas a ser Iglesia doméstica. Además, sabemos que algunas son seguidoras del blog y que nos leían incluso sin saber que @1historiade3 iba a estar en la boda.

¡Viva los novios!

¡Viva los novios!

Pues como decía, en cada una de ellas he podido gustar esa vida eterna. Veía las caras de felicidad de los novios y amigos nuestros, todo el mundo cantando, exultando, aplaudiendo y pensaba que el cielo debía parecerse a esto. Y a mí, que tanta felicidad me desborda -y que una es muy sentimental- pues mira, acabo llorando en las bodas (aunque lo disimulo bien). Así pues, qué belleza la Iglesia que nos permite vivir como una fiesta este día irrepetible. Qué bonito poder hacer de forma pública ante un pueblo y ante Dios las promesas de los votos ¡y qué responsabilidad! porque no es cualquier cosa. Y ahí voy.

Probablemente, de tanta película y tanto cuento de hadas, quizá nos sepamos hasta de memoria los votos matrimoniales: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte nos separe… Sin embargo, ¿somos conscientes de lo que implican? A los matrimonios que llevan ya años casados, me gustaría preguntarles si recuerdan estos votos, pero como no quiero poner a nadie en un aprieto, y porque considero que para los novios es crucial saber todo esto antes del sí, quiero, vamos a hablar de estos votos.

Quede claro que no soy experta en liturgia y que quizá me equivoco, pero por lo que he visto, dos de las partes del rito del matrimonio son el escrutinio y el consentimiento. En el primero, el sacerdote pregunta a los novios una serie de cuestiones para confirmar que ese matrimonio será válido. Y son:

  • La libertad. Se pregunta a los cónyuges si acuden a este sacramento de forma libre, voluntaria y sin coacción. El amor es algo libre, gratuito, que no se puede imponer, que no rinde cuentas y que a la vez es tan maravilloso. La formulación de estas preguntas es curiosa y más de una vez los novios se han liado a la hora de responder. Hasta ahora había pensado, ¿por qué no unifican el modelo de respuesta? pero es que, pensándolo bien, es importante. En este caso, el sacerdote dice ¿venís libremente? y es que ‘venir’ lleva implícito una acción, un salir de la comodidad, de tu casa, y es también una decisión, la decisión de hacer pública esa unión, de cara a Dios y a su pueblo, que es la Iglesia.
  • El amor y el respeto mutuo. Se confirma si tienen en su corazón la decisión de amarse y respetarse el resto de su vida, no vale decir -que lo he oído- «hasta que el amor dure» o que «el amor tiene fecha de caducidad». No. El amor no es nada de eso, el amor no es algo que se agote como una batería, es una elección, una elección reafirmada en el tiempo1  y que, más allá de agotarse, con el tiempo se hace más fuerte. Precisamente, en la formulación de esta pregunta el sacerdote dice ¿estáis decididos? y no otra cosa, y es que quizá esa decisión en algún momento de tu vida, bien por las emociones, por atravesar un momento de debilidad… te violente, y tengas que sobreponerte a tus sentimientos o a las adversidades para reafirmar ese sí, esa decisión. Y aunque parezca una carga, algo que te oprime, en verdad es un acto de plena libertad, porque no te hace esclavo de tus apetencias o sentimientos (o de cómo vayan tus hormonas, como me dice él) sino que pasas por encima de todo eso para ponerte al servicio del otro. Además, en este punto, se dice que todo esto se debe hacer siguiendo el modo de vida propio del Matrimonio, no vale cualquier cosa, sino vivirlo como nos dice la Iglesia y tal y como lo pensó Dios.
  • Paternidad y maternidad responsable. Por último, quien preside la celebración, pregunta la disposición a recibir de forma amorosa y responsable los hijos que Dios les dé. Esto comporta no poner impedimentos a la hora de entregarse al marido o a la esposa y a, en el momento puntual en que no sea conveniente tener más hijos -de forma justificada y orada- por serios motivos físicos, económicos, psicológicos… regular la fertilidad para aplazarlos, con métodos naturales como puede ser el método sintotérmico (del cual hablaremos dentro de poco). De nuevo, la formulación, ¿estáis dispuestos? es crucial para esta pregunta. Estar dispuesto es estar preparado, a punto, para lo que venga. Quizá ese matrimonio no puede tener hijos biológicos, o tiene muchos, o solo tiene uno, o adopta… y a menudo, yo la primera, nos hacemos ideas tipo: «voy a tener 3 hijos» e incluso nos recreamos en ese pensamiento. Pero el estar dispuestos que se pregunta, en cierta medida, te pone en tu sitio y te invita a aceptar el plan de Dios, ya sea con hijos o sin hijos.

Después de estas preguntas, llega el consentimiento, la parte en la que yo saco el pañuelito, y es donde de forma pública los novios que quieren contraer Matrimonio, cogidos de la mano, manifiestan que:

  • Serán fieles en la prosperidad pero también en la adversidad
  • En la salud y en la enfermedad
  • Y que de, esa forma, se amarán y respetarán todos los días de su vida.

Porque, seamos sinceros, es más fácil amar cuando las cosas van bien. Son geniales los primeros meses de noviazgo, las citas, las cenas por ahí, las mariposillas… y supongo que en el matrimonio será igual, qué bien los primeros meses, el pisito nuevo, los viajes, el primer hijo… ¿y cuando vengan los problemas? ¿y cuando llegue la monotonía? ¿cuando el que tengamos al lado no sea el guaperas que era antes? ¿cuando alguien se quede sin trabajo? Pues la verdad, es que agobia y mucho, pero a fin de cuentas lo que siempre siempre debemos recordar, y es lo que da sentido a toda esta entrada, es que los cristianos tenemos al mejor garante, que es Dios (¡y Dios es amor!), para que con su ayuda podamos llevar a cabo uno de los grandes proyectos de la vida, formar una familia santa que luego vaya al cielo ¡y eso es lo que pedimos para nuestros amigos que recientemente se han casado!


Vázquez, A. (2002) Como las manos de Dios: Matrimonio y Familia en las enseñanzas de Josemaría Escrivá (vol.6) Estudios Palabra.

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2 comentarios

  1. Uooo me encanta esta entrada!! Yo también he llorado de alegría en la dos últimas bodas y la próxima que tengo en septiembre será igual, pañuelo en mano!

    • ¡Nos alegramos Verónica! Seguro que es preciosa la boda de septiembre, la paz!

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