El lío de las tortitas

El día pintaba bien. No había despertadores que nos impidieran seguir descansando, el Sol brillaba, y teníamos un maravilloso PJ Day por delante (que es cuando no tenemos que salir de casa y vamos en pijama).

Yo, en un arrebato de alegría, y como ya había descansado suficiente dije: “Voy a hacer unas ricas tortitas para desayunar”.  

Y salí de la cama sigilosamente para no despertar a mi marido y con la ilusión de que le encantaría desayunar tortitas con chocolate.

¡Feliz día del Señor!

El lío empezó con que soy celiaca, y era la primera vez que hacía tortitas con mi nueva condición. Y pensé: “Bah, seguro que se hacen igual”. Así que elegí una harina sin gluten y seguí la receta tradicional.

Error.

No había forma de espesar aquello.

En ese momento, y con el ruido que estaba haciendo, se despertó marido, preparado para presenciar el espectáculo “del lío de las tortitas” desde la puerta de la cocina.

Cogí el recipiente de la batidora, vertí la mezcla que casi rebosaba, conecté la batidora y…

La ‘masa’ líquida salió despedida en todas direcciones: en la mesa, en el suelo, en mi zapatilla de ir por casa, en mi pijama limpio, en la silla…

Un desastre.

Sin embargo, obcecada en desayunar tortitas ¡le dí una segunda vez al botón! ¡y otra vez salió disparado!

Y es que, se ve que tanto el día que dieron el principio de Arquímedes, como el día que repartieron el sentido común, llegue tarde.

Mi enfado en ese momento fue tremendo, y mi marido tuvo el discernimiento de abandonar en ese momento la cocina.

Yo, con el estropicio que había hecho en la cocina que el día anterior había dejado limpísima, no sabía si llorar, si reír, si enfadarme, si preocuparme por mí…

Así que limpié dignamente como pude aquello y con la poca masa que quedó hice aún 4 tortitas que parecía algo así como leche en un estado intermedio, entre sólido y líquido.

Por suerte, no hay nada que una buena cucharada de Nutella no arregle.

Y al final, la cosa salió bien.

Una vez calmada, mi marido me dijo: “Cariño, ¿puedo hacerte una pregunta? Es que tengo mucha curiosidad” Dime “¿Por qué le has vuelto a dar al botón por segunda vez?”.

Y de esto es de lo que os quiero hablar en la entrada de hoy, lo de arriba es solo anecdótico.

¡Cuántas veces en la vida nos empeñamos en repetir las cosa aun cuando vemos que antes han salido mal! ¡Cuántas veces tomamos las mismas decisiones equivocadas!

Y es que, la sabiduría popular, dice que el ser humano es el único que tropieza dos veces con la misma piedra. Y tres. Y cuatro.

Incluso he leído alguna vez, que el problema no es tropezar o caer, sino encariñarse con esa piedra que no te hace bien.

Dicho así, parece sencillo. Hay que ser tonto para repetir las cosas. Como yo cuando le dí otra vez a la batidora augurando un desastre seguro.

Sin embargo, no es tan sencillo. Como Dios nos ha hecho libres, tenemos la capacidad de elegir. Y es complicado, ya os lo contamos en las primeras entradas de este blog.

Y aquí entra en juego el discernimiento. El don de saber distinguir lo que me hace bien de lo que no.

Y es algo que me descubrió mi marido, en un tiempo en el que ni nos imaginábamos que acabaríamos siendo novios, que nos casaríamos… y todo lo que venga.

Sucede a menudo con las relaciones. Cuando ha habido fracasos, pecados, decepciones o engaños a veces caemos en el pensar que si se vuelve a intentar, las cosas irán bien. Sin más. Sin esfuerzo. Sin cambiar nada.

Y no es así.

Hace falta detenerse, no darle al botón y liarla de nuevo. Hay que darse un tiempo, analizar qué ha pasado, ver qué ha fallado. Yo, con “el lío de las tortitas” debería haber cambiado de recipiente, o dividir la masa en dos para que no rebosara, o haber visto la receta y añadir más harina… sin embargo, hice lo mismo, y me volví a equivocar. De hecho, fue incluso peor, porque al haber menos cantidad, salió disparado todo con más ganas.

Cuando algo falla en la relación, no hay que seguir como si no pasara nada, ignorando el problema, metiendo la cabeza bajo tierra como el avestruz. Hay que pararse, hablarlo, darse un tiempo si es necesario para sanar heridas. Porque si se sigue arrancando la costra, al final duele más.

Y es un proceso difícil. Y a veces la cura será dejar esa piel para que sane a su tiempo.

Las relaciones, el matrimonio, no son fáciles. Hay momentos de dificultad, de liarla mucho. Por eso es bueno seguir la receta. ¡Y tenemos la suerte de contar con nuestra madre, la Iglesia, que nos marca el camino, los pasos a seguir! Pero para ello, hay que ponerse a tiro y poner el máximo empeño para que salga bien ¡es un proyecto para toda la vida!

Yo, en otro tiempo, hubiera pillado un cabreo tremendo por el estropicio de la cocina ¡incluso hubiera culpado a mi marido porque quería hacerle tortitas, aunque hubiera sido iniciativa mía!

Sin embargo, cuando mi marido me preguntó el porqué de esa segunda vez, recordé uno de esos “consejos de cocina”, me relamí la Nutella del dedo, y le dije: “¡Yo que sé! Estoy medio dormida aún!”. Y empezamos a reirnos sin parar.

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