Preparando una catequesis para un campamento al que iremos en verano, y del que ya os hemos hablado alguna vez aquí y aquí, me he dado cuenta de lo importante que es, de vez en cuando, parar y recordar las cosas importantes de la vida, sobre todo en medio del ajetreo que supone muchas veces la vida moderna y nuestras obligaciones.
Y en este stop en el que he pensado sobre mi vida y sobre la Fe, me he dado cuenta que uno de los principales motivos por los que no se cree en Dios es el sufrimiento. El momento de sufrir es cuando la Fe más flaquea, porque el maligno te susurra al oído que «si Dios existe y te ama… ¿Cómo puede estar pasándote esto?». Y da igual que te razonen que «Dios quiere a los hombres y los deja libres por amor, pues sin libertad no hay amor» y que «el mal y el sufrimiento es la negación de la opción del bien y, aunque no es deseado por Dios, lo permite para que podamos ser libres y elegir».
Todas las razones, ante la realidad del sufrimiento palidecen.

Sin embargo, la contemplación del misterio de la Encarnación dónde todo un Dios -que estaría muy cómodo en el cielo- decide hacerse hombre para sufrir conmigo, y sufrir no poca cosa (la persecución desde su nacimiento, la muerte prematura de su padre y la orfandad, el rechazo de sus iguales, que lo tilden de loco y lo quieran despeñar, que le devuelvan mal por bien, que lo traicionen, que lo abandonen todos sus amigos, que lo juzguen en un juicio amañado e injusto, que lo condenen a morir violentamente, que lo maten entre torturas, y un largo etcétera) es lo que realmente me sobrecoge.
El curso católico lo explica muy bien: «Es como si un día, para conocer de primera mano los sufrimientos de un vagabundo, te fueras a vivir con él en sus mismas condiciones. Y de esa forma pasaras por sus mismos problemas, experiencias, debilidades, carencias y sufrimientos. ¿Quién haría algo así? ¿Quién lo ha hecho por ti? Nadie… excepto Dios. ¡Él sí lo ha hecho!»1.
Yo, que muchas veces busco la solución fácil y rápida que me devuelva a mi comodidad, me sorprendo de que Dios no haya actuado así. En realidad tiene sentido, a veces también amar es sufrir por el amado, y al intentar tener un botón mágico que lo arregle todo ya, muchas ves más que ayudar al otro lo que pretendo es dejar de sufrir por el otro. Y cuando el amor está presente no se sufre igual, porque hay esperanza, porque hay amor.
¿Pero esto es real? ¿Dios está conmigo cuando sufro? ¿Puedo vivirlo de otra forma? No os podemos, gracias a Dios, por ahora, contar mucho al respecto –aunque alguna cosa sí-. Pero como más vale un hecho que mil dichos, os dejo con una entrevista impresionante del sufrimiento con Dios.
Míralo aquí: https://youtu.be/7kLCMiYtCrc
¡No os la perdáis!
- Contenido original «¿Cómo te ha amado Dios?» propiedad de Curso Católico «www.cursocatolico.com» bajo la licencia CC by-nc-nd 4.0.