Las personas invisibles

El otro día, leyendo el tema del desprendimiento del dinero en el curso católico, recordé que efectivamente existen muchas personas invisibles. Personas a las que todos ignoran y que nadie tiene en cuenta, ni siquiera para mirarlas, pero… ¿Por qué? Pues en mi caso, las ignoraba porque sabía que me iban a pedir dinero, y que posiblemente se lo iban a gastar en vicios. Y esas dos cosas son, para mí, la clave de que las personas invisibles existan.

Las personas invisibles

Las personas invisibles

Sobre la segunda, comentar que quizá es así en una parte de los casos, pero no siempre. Por eso, aunque hay que procurar siempre hacer el bien al prójimo, como dice San Ignacio de Loyola: todo buen cristiano ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo, que a condenarla; y si no la puede salvar, inquirirá cómo la entiende, y si mal la entiende, corríjale con amor; y si no basta, busque todos los medios convenientes para que, bien entendiéndola, se salve1Pues condenar a un inocente por culpa de otro que sí es culpable es una verdadera injusticia. De hecho… ¡A mí me molesta mucho cuando me han hecho una injusticia en otras situaciones y contextos!

Y sobre lo primero, que es posiblemente más importante, hay que decir que por desgracia el dinero es el combustible que alimenta muchos de los problemas y líos de nuestra vida. Y mucho me costó comprender la gracia que conlleva el desprendimiento al que siempre invitan Cristo y la Iglesia. Y a la vez cuánto se lo agradezco ahora. Por eso, me gustaría terminar con varios extractos escritos por San Juan Crisóstomo, que para los que nos decimos católicos o al menos queremos serlo, deberían de tener un significado profundo.

El dueño y artífice del universo dice: “Tuve hambre y no me disteis de comer.” ¿Qué corazón, así fuera de piedra, no se conmoverá con esa palabra? Tu Señor anda por ahí muerto de hambre y tú te entregas a la gula. Y no es esto sólo lo terrible, sino que, entregándote tú a la gula, a Él lo desprecias tranquilamente. […] Él anda por ahí aterido de frío, y tú te vistes de seda y no le vuelves la vista, ni le muestras compasión, sino que pasas despiadadamente de largo. ¿Qué perdón puede merecer semejante conducta? […] Ello, antes bien, pesará más gravemente sobre ti, dado que tu habitas en casas de tres pisos y Él carece aun del abrigo necesario; tu te hechas sobre blandos lechos y Él no tiene ni donde reclinar su cabeza. […] “Mas algo he dado”, me dices. Pues no hay que dejar nunca de hacerlo. Sólo tendrás excusa cuando nada tengas, cuando no poseas un óbolo. Mientras tengas, aunque hayas dado a miles, mientras haya otros que pasan hambre, no hay excusa posible. […] Pues no tratemos nosotros tampoco de adornar nuestras casas, sino, antes que la casa, nuestra alma. ¿No es vergonzoso recubrir sin razón ni motivo las paredes de mármoles y dejar que Cristo ande por las calles desnudo? 2

Así pues, y dentro de mi debilidad como persona, voy a procurar con la ayuda de Dios que para mí no existan ya más personas invisibles… ¿Y tú?


Nota 1 – San Ignacio de Loyola, Exercitia spiritualia, 22.

Nota 2 – Varios extractos escritos por San Juan Crisóstomo.

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