Me encantaría no tener que escribir esta entrada y contaros, por ejemplo, cómo van los preparativos a casi tres meses de la boda. Sin embargo, hay acontecimientos que se presentan sin avisar y que nos tambalean. Acontecimientos que no queremos, que no entendemos, acontecimientos que te hacen pensar “esto no puede estar pasando”. Pero ha pasado. Hace unas semanas, mi padre falleció. Y escribo y releo esta última frase una y mil veces y parece que todavía no me la creo. Tan joven, tan inesperado, con tantos proyectos e ilusiones…
Han sido unas semanas intensas, de paralizar la boda y de hacer un papeleo que no entraba en nuestros planes, porque en nuestros planes estaba ahora empezar el expediente matrimonial y no los numerosos trámites a raíz de la defunción.

Garantía de la vida eterna
Un acontecimiento así, en estas circunstancias, me ha sellado en el corazón, con un profundo dolor, que no somos dueños de nuestra vida, y ha hecho carne todas las lecturas que conocía en la teoría pero que no materializaba: Que no podemos añadir ni un día a nuestra vida y que no sabemos ni el día ni la hora.
Me ha enseñado a relativizar, que el photocall, el candy bar y el save the date no son tan importantes. Que no podemos controlarlo todo el día de la boda, y que no pasa absolutamente nada. Que no vale la pena discutir con tu novio por cosas tan absurdas como los entrantes del menú o el destino de la luna de miel.
También me ha enseñado el regalo que es la Fe. Un acontecimiento así, sin fe, te destruye, porque, sin los ojos de la fe, es inconcebible, es injusto. Y sí, para mí también lo es, pero no me quedo ahí, no me quedo en la muerte, porque creo en la vida eterna y porque tengo la firme esperanza de que el Padre acogerá a mi padre en su reino, y que desde ahí nos cuidará.
Otro regalo ha sido la Iglesia, que nos está acompañando desde el primer momento, de la mano de tantos sacerdotes y hermanos y hermanas en la fe que han rezado incansablemente por su alma y por mi familia. Si hay algo que nos ha dado entereza en los momentos más difíciles ha sido, sin duda, el poder de la oración de tantísimas personas.
Además, vivir este acontecimiento, ha sido el momento más duro de nuestro noviazgo y a la vez, en el que más hemos aprendido uno del otro. Nos ha puesto en nuestro realidad y nos ha hecho ver que, aunque todo lo veamos perfecto en una sociedad anestesiada que solo muestra las cosas bonitas, el sufrimiento existe, y que la familia que vamos a formar no va a estar exenta de ello. Por eso, en solo tres intensos días, este acontecimiento me ha reafirmado que puedo confiar en él, que está al pie del cañón sosteniéndome, y, de cara a la boda, no hace más que confirmarme que quiero pasar mi vida con él.
No podemos cambiar la realidad, por mucho que queramos, y ante algo así podemos rebelarnos o, como decía Jesús, tomar la Cruz y seguirle. Y esto no es un camino fácil, pues la cruz es pesada -incluso el mismo Cristo cayó bajo su peso en tres ocasiones-, pero tengo la certeza de que mi padre querrá que sigamos adelante, y que toca mirar al cielo, coger impulso y cargar esta cruz que, con la ayuda de la Iglesia y la fe, es más ligera.
Gracias por tantas oraciones y gracias a Dios por haberme regalado el mejor padre que podía tener.
Gracias por tu comentario. A pesar de llevar años casada me confirmas lo que tantas dudas me crean
Cuándo no entiendes porque a mí y en este momento e intentas rehacer la obra de Dios por creer que no es la que te va a ti.
Gracias por tu experiencia.
La Paz
Efectivamente, pero al final descubres que de ahí Dios ha sacado cosas muy buenas y que «en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman» (Romanos 8, 28). Aunque a veces hay que esperar a ver el final de la obra y darla por terminada a mitad.
Gracias por tu comentario.
Él. La paz.