Hoy os quería hablar de una persona que me ha ayudado mucho a acercarme al Señor últimamente. Que me ha ayudado a perseverar en la oración. Que me enseña diariamente a ser hija de Dios. Que me muestra cómo es Su Amor.
No ha estudiado teología ni ha leído mucho al respecto. Es más, apenas hila tres o cuatro palabras en su idioma propio. Tampoco hace grandes cosas, se contenta con la sencillez de las cosas más simples de este mundo como rodar una pelota o correr tras palomas.
Esta persona -más bien personita- apenas tiene dos años y es nuestra hija.
Recuerdo la Semana Santa y la Pascua de hace dos años, gracias a ella la viví con tensión, con expectación, con ganas de no perderme nada. La recta final del embarazo hacía mella pero no evitó poder vivir la Pascua con alegría y alguna que otra restricción vigente. Ya en tiempo de descuento pero todavía en Tiempo Pascual llegó ella para reordenar nuestras prioridades y para hacernos reVivir a través de sus grandes y oscuros ojos.
Es muy pequeña todavía, pero nos mira con incomprensión cuando nos despistamos y empezamos a comer sin haber bendecido, mientras señala su cabeza para santiguarse. Es la que nos recuerda dónde está Jesús, María, o alguien que se les parezca, y les lanza infinidad de besitos al aire. Es la que reconoce el respeto al entrar a una Iglesia y nos hace Sshh, aunque enseguida se le olvida y hace de las suyas. Es una niña al fin y al cabo.
Es también la que nos enseña cómo es el perdón y el Amor de Dios. Y además de forma muy ‘palpable’. Quizá no es un ejemplo muy agradable si sois aprensivos, pero a mí me ayudó a ver cómo es Dios conmigo ante mi pecado, mi miseria. Viernes de madrugada, durmiendo al fin después de una semana agotadora. Lloros repentinos en su habitación, sobresalto y desconcierto. «Es la nena». Mi reloj apenas alumbra la cuna, pero el olor delata lo que ha pasado. Pido refuerzos porque la situación lo requiere. La niña llora, está incómoda, molesta, no sabe qué ha pasado, no se encuentra bien. La tranquilizamos mientras vemos cómo está todo de sucio: la cuna, el saquito, las sábanas, su pelo, sus manos… Nos coordinamos y mientras uno prepara el baño el otro ventila la habitación y limpia. Ella no sabe muy bien qué está pasando, pero se fía. En nosotros no hay reproche ni asco, sino preocupación y cariño porque queremos que esté bien. Acaba el baño y la perfumamos. Le ponemos un pijama y unas sábanas limpias. Volvemos a intentar conciliar el sueño con la preocupación latente. Gracias a Dios consigue dormirse y descansar. Al día siguiente se despierta con energía, feliz, descansada, limpia. Como si nada hubiera pasado.
¿Y qué me enseñó todo esto? Pues sencillamente pude ver que Dios, a través del sacramento del Perdón, me trata como traté yo esa madrugada a mi hija. Él no siente asco por mi pecado, por toda la podredumbre que me rodea, sino que se conmueve y quiere sacarme de ahí porque me ama y sabe que no me hace bien. Me da su perdón. Me reviste de su dignidad, me limpia, me sana, me perfuma. Y al instante olvida ese pecado, no reprocha, no echa en cara, no me pasa la cuenta. Me ama. Sencillamente.
Dos años después de esa Semana Santa y Pascua de expectación por su nacimiento, he vuelto a estar expectante y deseosa de vivirlo todo desde la sencillez de la mirada de un niño. Como los que gritaban Hossanna al Hijo de David en su entrada en Jerusalén. Mi hija me trasmitió esa alegría al mover enérgicamente su rama de olivo este pasado Domingo de Ramos. Deseo conmoverme como ella al ver la ‘pupa de Jesús’ y darle besos de esos que curan cualquier mal. Quiero que, a pesar de tantos años viviendo la Semana Santa, cada celebración sea nueva para mí, como lo son para ella. Quiero poder velar con Jesús y no dejarlo solo, como hacemos con ella cuando no puede conciliar el sueño o se ha desvelado. Quiero dejarme querer por Dios, como ella hace con nosotros. No tiene que dar la talla ni hacer nada. Es amada tal cual. Ojalá yo pueda creerme esto y dejarme amar, con la sencillez de los pequeños, sin rendir cuentas ni entregar informes de rendimiento.
¡Feliz Pascua!