Ya ha pasado la boda, ya hemos vuelto de la luna de miel… y ya hemos vuelto a nuestros respectivos trabajos. Y a una le sale decir, de forma automática, cuando le preguntan por la boda, el viaje y las vacaciones, “Volvemos a la rutina”… Y me equivoco ¿a qué rutina vuelvo? ¡Si todo es nuevo! Aunque es innegable que en la luna de miel estábamos estupendamente bien, lejos de los madrugones, sin preocuparse por hacer la comida o tener arreglada la casa… la aventura que empezamos nada más entrar por la puerta de nuestro hogar no se queda corta.

La rutina con amor
Tenemos por delante un tiempo precioso de ‘adaptación’, de continuo aprendizaje del otro, de ver cómo es las 24 horas del día. Un tiempo de adaptar horarios, conjugar manías, de abandono de malas costumbres… o lo que es lo mismo, pero menos poético, de ‘en mi casa tendíamos así’, de ‘baja la tapa del inodoro por favor’, o de ‘cariño hay que comprar leche’.
Es un tiempo donde también entra elegir vajilla, organizar estantes, distribuir armarios o hacer por primera vez la compra juntos. Y aunque algunos penséis que es una tontería o que es un rollo, también tiene su punto de ‘aventura apasionante’ porque también es la primera vez, porque no habíamos compartido techo hasta casarnos.
Todo es nuevo y no me acabo de acostumbrar ni a ver la alianza, aunque muchos desconocidos reparan ya en ella, ni a decir suegra, suegro o cuñados, ni a saber que tengo de repente cuatro sobrinas preciosas o a aumentar los grupos familiares de Whatsapp.
Por todo esto y mucho más, me equivoco al decir que vuelvo a la rutina, más bien debería decir que empezamos a construir nuestra nueva rutina. Y es guay. Que sé que llegará el cansancio, los problemas, los contratiempos, el desorden y el caos (estos dos ya nos han visitado) pero, mientras tanto, disfrutemos de estas pequeñas primeras veces que ya no volverán.