¡Hola! Hace unas semanas, con motivo del primer aniversario del Blog, os pedimos que nos dijerais sobre qué temas os gustaría que escribiéramos las próximas entradas. Uno de los temas que os interesaba era saber dónde y cómo vivíamos la fe: si estábamos en algún movimiento en particular, cuáles conocíamos… Así que hoy empezamos esta serie de entradas, porque la verdad es que hemos conocido muchas realidades y creo que llevamos trocitos de cada una de ellas que nos han ido forjando en nuestra vida de fe. También es cierto que el Señor se ha valido de diferentes caminos para que cada uno le conozca, así que hoy empezaré yo (ella) contando mi primera experiencia.

Postcomunión en el Vaticano
Yo vengo de una familia cristiana y nuestra vida de fe consistía en recibir los sacramentos e intentar ir a misa todos los domingos. Como muchos otros niños de mi época, y desgraciadamente, podría haber tomado la primera y última comunión casi el mismo día, y ahí se hubiera acabado todo. Sin embargo, tras 5 mudanzas en muy pocos años, el Señor nos instaló en un pueblo concreto y muy cerca de una parroquia concreta que es donde he crecido en la fe. Como muchas otras parroquias, tenía un grupo al que iban los niños tras tomar la primera comunión y hasta que pasaban al instituto. Sin embargo, desde el principio, supe que tenía algo especial. Ansiaba que llegara el sábado para poder ir. No es que tuviera muchísimos amigos de mi edad ahí, ni que fueran muchos niños, pero sé que esa horita y media era realmente feliz. Me hablaban de Jesús de una forma como nunca me habían hablado y realmente descubrí a través de los oratorios para niños, que podía acudir a Él cuando tuviera un problema, que era mi amigo. Todas las oraciones que hasta entonces había memorizado en las catequesis de primera comunión las rezaba de un modo nuevo.
Además de los sábados, el broche final del curso era el campamento de verano, al que fui por primera vez cuando tenía 9 años y al que sigo yendo ahora después de 15. Durante esos diez días, el ritmo es frenético y lo que más me impactó la primera vez fue cuánto amor ponía el equipo de monitores en todo, cuántos juegos, cuántos disfraces, cuántas sorpresas… aquello que yo veía alucinante con mi inocencia no eran más que palabras de amor de Dios que decían detrás de cada monitor o sacerdote ¿ves todo esto? ¡pues yo te quiero más y mejor!
Mi etapa de niña pasó y deseaba ansiosamente poder ser monitora, ¡quería que otros niños disfrutaran de todo lo que yo había disfrutado! Así que empecé siendo premonitora, con pequeñas responsabilidades que para mí eran muy importantes: pintar carteles, participar en alguna prueba de un juego… hasta que me concedieron la pañoleta del grupo, convirtiéndome por fin en monitora. Desde entonces, he pasado por varias etapas, he sido monitora de niños en diferentes cursos, de jóvenes… y aunque ahora no pueda dedicarle el tiempo que me gustaría, es imposible eludir esta etapa al hablar de mi fe, y es que gracias a este grupo el Señor me tiene en su Iglesia ¡y la de hilos que tuvo que mover para que acabara ahí!
Desde este pequeñito rincón en la red quiero dar las gracias a Dios por permitirme conocer este grupo y a todos los monitores y monitoras que dieron la vida por nosotros cada sábado, cada campamento, que no desfallecieron, que me transmitieron el amor de Dios en pequeños gestos, en el cariño y cuidado que ponían en todo, en la dignidad de todas las oraciones para enseñarnos desde pequeños qué era Lo más importante. Quiero decirles que todas esas palabras y oraciones no han caído en saco roto, aunque pareciera eso en su día, y que están dando sus frutos. Y ya por último, ¡ojalá pudieran vivir nuestros hijos este gran regalo en la transmisión de la fe!