No somos un matrimonio que discuta con frecuencia y, ante esto, podemos decir ¡qué suerte! pero no se trata de suerte, esto es algo que se trabaja todos los días…
Sin embargo, hoy vengo a contaros una anécdota de una discusión que tuvimos hace un tiempo, y de paso veis las luces y sombras de nuestro matrimonio.
La discusión fue un domingo, antes de irnos a misa. Y esto es reseñable porque el domingo es el Día del Señor y veo muy clara la intención del maligno de intentar romper la comunión justo en ese día y justo antes de un momento de gracia como la Eucaristía. El tema de la discusión ni es relevante ni lo recuerdo ya exactamente, pero la cuestión es que, en medio de eso, llegábamos tarde, mi marido ya estaba casi listo en la puerta para irnos y yo estaba por duchar. Eso era como la guinda del pastel para incrementar el enfado, ya que él es súper puntual y yo… no tanto. Total, que dejé de hablarle para no seguir discutiendo y cuando ya iba a ducharme vi que la estufita llevaba un rato caldeando el ambiente de mi cuarto de baño…
¿Y eso es relevante, qué tiene que ver? Pues abro un pequeño inciso para que lo entendáis: desde que estoy embarazada uso el cuarto de baño de invitados porque tiene ducha y es más seguro para mí, que cada vez estoy más torpe. Por otro lado, tenemos el típico calefactor de baño que ahora en invierno va de un baño a otro cada vez que nos duchamos. Resulta que, a pesar de nuestro enfado, que se palpaba en el ambiente, él tuvo el detalle de, sabiendo que iba a ducharme, me preparó el baño para que estuviera calentito y listo para cuando fuera. Y yo fue ver eso y me derrumbé, porque pensé que, en la situación contraria, yo sería incapaz de hacer algo así. Es más, de forma premeditada diría: «¿Ah, sí? Pues que se aguante y que pase frío». Y él actuó de modo contrario.
Esto me recordó a una ilustración que vi hace muchos años (y creo que hicieron un meme y todo, no sé si lo recordaréis), de un banquito con dos ancianos sentados cada uno a una punta y enfadados. En la imagen está lloviendo y, a pesar del enfado, el abuelito tapa a la ancianita con el paraguas mientras él se empapa. Pues algo así sentí al ver la estufa y me invadió tanta ternura que se me olvidó el enfado.
A raíz de esto, estuve dándole vueltas al tema de los enfados, porque la verdad es que no es algo habitual en nosotros mientras que vemos a parejas a nuestro alrededor que son más propensas a ellos. Ante esto, yo le dije a mi marido ¡Qué suerte tenemos! y él me dijo que de suerte nada, que conllevaba un trabajo y esfuerzo diario. Y tenía toda la razón, así que aquí os dejamos los truquitos que nos sirven a nosotros por si os ayudan, aunque cada pareja debe ver los suyos:
Cómo afrontar las discusiones
- Aprender a relativizar. Hay cosas importantes que deben ser habladas y ‘discutidas’, pero muchas otras que no. Las manías personales no deberían ser nunca causa de discusión.
- Nunca jamás faltarse el respeto. Se puede dialogar, pero nunca decir palabras hirientes. Antes de enzarzarse, mejor parar el tiempo necesario y calmarse para no arrepentirse después de haber dicho ciertas cosas.
- Ser prestos en decir ‘perdón’. Que aparezca la palabra ‘perdón’ lo más rápido posible, que no se enquiste la situación. Si realmente es una tontería el motivo de enfado y nos damos cuenta de ello, pidamos perdón o perdonemos antes de enzarzarnos. Así cortamos de raíz el efecto ‘bola de nieve’ (empezar por una tontería e ir añadiendo a la discusión cosas del pasado que parecían enterradas).
- La jerarquía. No olvidar nunca que lo más importante es la persona (y en este caso la persona que hemos elegido para compartir toda nuestra vida, carne de nuestra carne). El dinero, las cosas materiales, los ‘marrones’… van después.
- No refugiarse en el silencio y el rencor. No pensar que por ignorarnos, las aguas volverán a su cauce.
- Corregirse en privado. Si hay niños delante o personas ajenas a la familia, mejor abordar la discusión en otro momento si es posible. Si irremediablemente ha estallado delante de ellos, pedirse perdón mutuamente también delante de ellos.
- Aliados, no rivales. Nuestra naturaleza como varón o como mujer imprime en nosotros diferencias que pueden dificultar aún más el entendimiento. Ante una discusión, la mujer suele darle más vueltas incluso a posteriori mientras que el varón, una vez el conflicto se ha zanjado, lo olvida con más facilidad. Conocer que somos distintos también en este aspecto, entender y acoger esta diferencia puede ayudarnos a afrontar mejor las discusiones.
- No irse a la cama enfadados. San Pablo lo dice clarito.
Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al diablo (Efesios 4, 26-27)
¿Añadiríais algún punto más a esta lista? ¡Nos encantaría conocerlo!
