Papá

Hoy hemos celebrado por primera vez en nuestro hogar el Día del Padre, y aunque los planes no han salido como teníamos previsto -el hombre propone y Dios dispone-, no quería dejar pasar la oportunidad de hablar de este día porque el Señor me ha permitido vivirlo con ilusión, alegría y agradecimiento

Y es que los dos últimos años, tal día como hoy, era un día que vivía con tristeza, desasosiego e incluso envidia. Tristeza por no poder celebrarlo con mi padre, envidia por ver cómo los demás compartían ese día con su padre, y desasosiego porque pensaba que nosotros no podríamos ser padres. (Lo sé, debo confiar más en el Señor…).

Este año, en cambio, lo hemos vivido con mucha sencillez pero con ilusión, expectantes, con ganas de conocer a nuestra hija, y con mucho agradecimiento por ver el papel que han jugado en nuestra vida nuestros padres y por este don inmerecido de la paternidad.   

También hoy el Señor me ha permitido darme cuenta de algo importante, y que tiene que ver con el lenguaje. Y es que desde el fallecimiento de mi padre, hace dos años y medio, yo ya no usaba la palabra papá en tono cariñoso. Nunca la volví a usar, porque no tenía a quién decírsela. Desde entonces, solo hablaba de ‘padre’ pero como una palabra que me era ajena, alejada de mi realidad. Hasta ahora. Y es que he tenido que volver a paladear la palabra ‘papá’ con tono cariñoso para hablarle a mi hija de su padre. Y, siendo sincera, al principio me costaba, me parecía algo impostado. Realmente no sé si hay alguna otra palabra que llevara tanto tiempo sin decir, pero volver a decir con naturalidad una palabra tan primaria, -probablemente mi primera palabra, de hecho-, se me hizo muy extraño, y a la vez muy dulce. Y es que me encanta acariciar mi vientre y hablarle a mi hija sobre su papá, degustando cada sílaba, mientras se mueve con fuerza. 

Todo esto me hizo pensar en un momento de angustia de Jesucristo que siempre me ha llamado la atención: la oración en Getsemaní. En ella, en plena angustia, Él se dirige a su padre con el término Abba (la forma aramea que usaban los niños pequeños para dirigirse a su padre con ternura, algo así como «papaíto»). Y me di cuenta de que yo también estoy llamada a usarla, a tener esa relación con Dios, a poder descansar realmente en Él. Jesús me enseña que no debo dirigirme a Dios con formalismos y elocuencia. Que debo acudir a Él como una niña pequeña que le llama papá con sencillez. Que mi relación tiene que ser tan natural como lo era con mi papá en la tierra: sin tener que aparentar, sin tener que dar la talla, amada incondicionalmente. 

Por todo esto hoy doy gracias a Dios, por cambiar la tristeza por alegría, por devolverme la ilusión ante nuestra paternidad y maternidad, y, sobre todo, por regalarnos tan buenos referentes como San José y por dejarnos llamarle papá. ¡Qué dulce redescubrir y saborear esta preciosa palabra!

¡Feliz día papás! 

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