Justo hoy hace dos años de uno de los días más especiales de nuestra vida, el día en que nos comprometimos. En esta entrada incluimos dos artículos que escribimos sobre ese día (la visión de cada uno por separado) y que pudieron leer los invitados a nuestra boda en el libro que les regalamos. ¡Esperamos que os guste!
Él en el día de la pedida
La previsión del tiempo para ese uno de mayo era… lluvia, frío y mal tiempo. Uf. Sin embargo, el día empezó soleado así que, me metí la cajita con el anillo en el bolsillo. Sea como sea -me dije- hoy quiero que pasemos un buen día juntos y que ella descanse de su trabajo (pues últimamente ha tenido que hacer muchas horas extra). Y con esa idea fui a por ella en coche y nos fuimos a pasar el día en una ciudad con mucho atractivo turístico.
La cajita seguía en mi bolsillo, y la toqueteaba cada dos por tres para asegurarme de que no desaparecía por arte de magia. No me creo lo que voy a hacer -pensaba- ¡qué nervios! Pero a la vez hace un tiempo que lo veo claro: Dios me llama al matrimonio con ella. Además, ya hemos tenido nuestros problemas y dificultades, y sé que ella puede ceder por mí y yo por ella. Ambos hemos decidido poner a Dios como eje y garante de nuestra vida. ¡Y Él no falla!
Conforme avanzaba el día, en la conversación surgían algunos temas: ‘Ayer me recomendaron personas de Fe que me conocen -decía ella- que es tiempo de ir tomando una decisión; y además, un sacerdote al que he ido a ver me ha dicho algo similar’. No sé qué decir… ¿Por qué tenían que decírselo precisamente ayer? Y además ni una nube. Parece que todo señala a que hoy es el día. Bueno, tampoco hay prisa -le digo- ¿tú has pensado en ello no? Ella respondió afirmativamente a las dos cosas. Y la conversación continúo un rato más dejando claro que es tiempo de ir decidiendo… pero sin prisas.
Vimos la ciudad y sus atractivos, comimos, hicimos una escape room muy interesante de la que conseguimos salir a tiempo ¡bien!, y finalmente nos acercamos a una capilla enorme a rezar delante del Santísimo. La idea era poner nuestro noviazgo en sus manos para hacer su voluntad mediante la
oración en su presencia. Pero Dios me había inspirado otros planes. ¡Y justo la capilla estaba vacía! ¡Era el momento! Así que…
Dios nos unió sacando bien de la enfermedad de tu abuela -le dije- y gracias a Él, que además te inspiró en una misa la pregunta clave, empezamos a salir. Por eso, conviene que nuestra historia continúe delante de Él hacia el matrimonio. Acto seguido hinqué una rodilla en el suelo, saqué la cajita, y dije:
– ¿Quieres casarte conmigo?
– ¡Claro que sí! ¡Sí, sí, sí! ¡Te quiero! -dijo ella-.
– ¡Gracias Dios mío! -pensé-.
Después pusimos en oración esta nueva etapa en manos de Dios, rezamos un rosario a la Virgen, y participamos de la Santa Misa juntos. Finalmente, cogimos el coche para volvernos. ¡Anda, y sin una gota en todo el día! -pensé- ¡Qué bueno es nuestro Padre!

Ella en el día de la pedida. Vive el hoy.
Mi hoy, ese día, era que había hecho más horas en el trabajo de las que tocaban, que estaba cansada, que no veía el momento de llegar a casa y descansar. Sin embargo, tenía deberes pendientes.
Me acerqué a la Iglesia más cercana del trabajo y justa de tiempo, me metí en uno de los confesionarios. De un sacerdote mayor del que pensaba que no sería capaz de darme una palabra, el Señor se sirvió para que hiciera una pausa en el día. De nada valía quejarme por las horas extra que estaba haciendo o de lo cansada que había acabado ayer. De nada servía pensar en el turno del día siguiente, en el que para variar apenas tendría tiempo de comer. “Detente. Vive el hoy”, me dijo. Y algo muy importante: “Déjate sorprender. No tengas miedo de soñar”. Salí de ahí turbada, pensaba que esas palabras más bien parecían una frase motivadora de agenda escolar que parte de una confesión. Sin embargo, en mi cabeza resonaba: vive el hoy, vive el hoy…
Al día siguiente, ese hoy se tradujo en una improvisada excursión a una ciudad cercana. Aprovechando que era festivo él y yo decidimos pasar el día juntos, cosa que esperábamos con ganas. Debido a mi cansancio en el trabajo, delegué la planificación de mi día en él y me dejé sorprender por pequeños detalles. Pudimos hacer turismo, como extraños en una ciudad vecina, disfrutamos de los helados de mi infancia, probamos sabores nuevos para comer, nos acurrucamos en un banco frente al puerto, viendo
el zarandeo relajante de las embarcaciones.
Hablábamos del futuro, pues ya llevábamos un tiempo saliendo y teníamos las cosas muy claras, y de cosas del pasado. Mientras, el “vive el hoy” resonaba en mi cabeza. En medio de la calma de la hora de la siesta, y lejos del tumulto de turistas, encontramos una capilla de adoración abierta. Un lugar de descanso, que esté donde esté consigue que me sienta como en casa. Recostada en su pecho, imaginaba el futuro con él, lo bonito que sería tomar ya la decisión y, sin embargo, veía que ese futuro idealizado se escurría entre mis manos. “Vive el hoy” -resonaba-. Después pude disfrutar de una escape room, de la emoción, la tensión y la alegría de ir resolviendo junto a él los retos que se nos ponían por delante… ¡Y la euforia de conseguir el triunfo!
Estaba feliz con él, había abandonado ya durante esa hora de encierro mis proyectos, mis tareas pendientes en el trabajo el día siguiente y la predicción de que tenía que estar lloviendo en esa ciudad con total seguridad. Afuera, el sol seguía brillando. Nos dirigimos por el casco antiguo a la catedral y, cogida de su mano, pensaba lo feliz que era con él, lo bien que lo estábamos pasando ese día y que no valía la pena preocuparse ante unos planes de boda deseados que aún no llegaban. Tenía que vivir el
hoy.
Una vez en la catedral, entramos en la capilla donde estaba expuesto el Santísimo para rezar, pues faltaba aún bastante para la misa. Tras un rato de oración en silencio y arrodillados, nos quedamos solos en la capilla y me invitó a ir a la parte posterior para tener más privacidad y sentarnos. En ese momento, él empezó en voz alta una oración, algo que no me sorprendió, pues suele hacerlo. Sin embargo, la oración de ese día era distinta. Hizo un recorrido por nuestra historia y de la importancia que había tenido Dios en medio de ella: cómo nos vimos por primera vez en un grupo de oración para universitarios, cómo la enfermedad de mi abuela hizo que nos volviésemos a encontrar, cómo tras una Eucaristía le pregunté si era para él algo más que una amiga -y a raíz de eso empezamos a ser novios-, cómo durante el noviazgo la oración ha sido tan importante para nosotros… “Y ahora…” – dijo. Se arrodilló. “¿¡Qué estás haciendo!?” – le dije muy nerviosa, como nunca lo había estado. “Delante también de Él…” – metió la mano en su bolsillo – “¡Quiero que continuemos esta historia!”. Sacó una cajita y la abrió. “¿Quieres casarte conmigo?”.
Lo que vino a continuación, no lo recuerdo al detalle. Solo un “Sí, sí, sí, claro que quiero” en voz bajita, ero que deseaba gritar. Estaba tan nerviosa que no podía ni llorar, mis dedos temblaban al colocarme el anillo cuya talla acertó totalmente. Estaba viviendo aquello que llevaba un tiempo esperando y, llegado el momento, no sabía cómo reaccionar… ¡Todo era nuevo!
Unos minutos después decidimos poner nuestro compromiso a los pies de la Virgen María, justo el día que empezaba el mes dedicado a ella y, por eso, rezamos juntos el Rosario mientras deambulábamos por el templo. Después, más calmados, volvimos a la capilla a rezar vísperas y tras esto celebramos la Eucaristía.
Al finalizar, volvimos al coche y ya una vez dentro, los nubarrones aparecieron, como habían pronosticado en el tiempo. Pero ya daba igual. La sonrisa no se iba de mi rostro y no podía disimularlo. Toqueteaba el anillo con extrañeza, pues no suelo llevar, y mi cabeza iba a mil por hora pensando ya en todos los preparativos: banquete, fechas, vestido… Sin embargo, él me sugirió acabar ese día, además de con la oración, con otros dos signos de agradecimiento a Dios: el ayuno y la limosna, para sellar nuestro compromiso y poner desde el primer momento a Dios en el centro. Y así terminamos ese uno de mayo, ese día soleado contra todo pronóstico en el que él apostó definitivamente por Dios y por mí -y yo por Él y por él-, y gracias al cual hoy estás leyendo esto.
Qué bonito! Me ha encantado leeros!
¡Muchísimas gracias! 🙂