Hay días en los que cuando subo a tender la ropa, me da por bajar por las escaleras y ver los distintos rellanos que hay hasta llegar a nuestro piso. Este verano, aprovechando que la finca estaba casi vacía (no todos tenemos la suerte de tener apartamento o chalet), me fijé en las puertas de nuestros vecinos (teniendo en cuenta que hay 11 pisos, eso son muchas puertas) y me llamó la atención algo: que la gran mayoría de viviendas tenían en la puerta pegatinas enormes de empresas de seguridad y videovigilancia.
Nosotros somos unos de los poquísimos que no tenemos esa pegatina en la puerta. Sin embargo, tenemos algo que nadie tiene y que nos regaló nuestra comunidad: una plaquita con el Shemá en la jamba de nuestra puerta.

Todo esto me hizo reflexionar sobre dónde tenemos puesta nuestra seguridad. Mientras todos se amparan en empresas de seguridad de estas que colapsan los espacios publicitarios en la radio (especialmente en verano…) nosotros tenemos a la vista un elemento que habla de nuestra Fe, de nuestra Roca.
Y es que, ciertamente, no tenemos nada de valor en nuestro piso que merezca tener contratada vigilancia. Hay cosas de valor sentimental, sí, pero es algo simbólico, afectivo, su importancia está en el quién nos lo dio y no en el qué es.
Sin embargo, la cosa más valiosa que tenemos no nos la pueden quitar: nuestra Fe. Por eso nos gusta tener el Shemá bien visible cuando entramos en casa o cuando nos vamos a trabajar, para que, a pesar de todo lo que pueda pasar ese día, no olvidemos nuestras prioridades y no nos olvidemos de amar (a Dios primero y después a nuestros próximos).
Además, tener visible el Shemá es una forma de decir: en esta casa viven unas personas cristianas (o que al menos lo intentan) y eso, para mí, que soy muy miedosa, es un pequeño acto de valentía, porque parece, en ocasiones, que en esta sociedad lo cristiano molesta.
Sin embargo, a pesar de que tengamos la plaquita a la puerta, lo importante no es es eso (ya que es un simple objeto), lo importante es si lo hacemos carne en nuestra vida, si nos lo creemos. Si somos capaces de amar a Dios con nuestro corazón (descansando en Él, con la seguridad de saber que es nuestro Padre y que velará para que no nos falte de nada), con nuestra mente (aceptando y acogiendo nuestra historia, las cosas que nos pasan cada día, sin caer en la tentación de querer reescribirla) y con nuestras fuerzas (dejando de lado los ídolos en los que ponemos nuestras fuerzas: dinero, poder, influencia… y dejando que Él sea nuestra fortaleza).
Si creemos en todo esto (que a menudo se nos hace difícil), podremos amar sin temor a Dios, sabiendo que Él nos amó primero, podremos amarnos a nosotros mismos, reconociendo que somos perfectos (aunque falibles), que Dios nos pensó así de bien y que no tenemos que cambiar ni un ápice, y podremos comunicar este amor a las personas que nos rodean, podremos verlas con la misma mirada de amor y misericordia con la que nos mira Dios.
Por todo esto queremos que estas frases queden grabadas en nuestra mente y en nuestro corazón y, como somos tan ‘despistados’ a veces, necesitamos recordarlas cada día al abrir o cerrar nuestra puerta. ¡Qué bueno que el Señor esté empeñado en nosotros y nunca pierda la paciencia aunque le fallemos!