En fechas señaladas, como lo es para nosotros septiembre y ‘la vuelta al cole’, me gusta leer las entradas de años anteriores para ubicarme, para ver nuestra ‘evolución’…
Mi idea era escribir una entrada motivadora digna de 1 de septiembre, con sus propósitos, sus listas de buenos deseos y sus ‘este curso me apunto al gimnasio’.
Sin embargo, no he encontrado ni tiempo ni ganas de sentarme a escribir esta semana. Hemos vuelto progresivamente a los grandes madrugones y yo, que soy de trasnochar, no me acostumbro. No obstante, lo que más me pesa estos días es el vértigo de verme ante un abismo. Un abismo del que ya (curiosamente) hablé en una de las primeras entradas del blog y que este curso se empieza a hacer presente. El no saber qué hacer. El no tener trabajo (fuera de casa). El no tener nada que estudiar. Y en esa situación me encuentro.

Rememoraba con cariño y nostalgia los años en que estaba todo marcado, aunque fueran horarios imposibles con miles de extraescolares, con las actividades que realicé durante la carrera… La época en la que hacíamos cálculos, la previsión de los 4 años del grado, el año del máster… ¿y luego?
Luego es ahora ya. Gracias al Señor, en estos 4 años desde que acabé la carrera, no me ha faltado trabajo, y trabajos en los que he estado, generalmente, súper a gusto, en los que he conocido personas estupendas y he aprendido muchísimo.
Sin embargo, como contaba justo 2 años atrás, somos insaciables. Nunca nos conformamos con lo que tenemos y nos obsesionamos tanto con lo que no tenemos, que no disfrutamos lo que tenemos. Valga la redundancia. Además, detrás de todos esos ‘problemas’, subyace una cuestión mucho más relevante: ¿para qué vivimos? A veces pienso que el problema no está en no tener nada que hacer, sino en que no tengo nada que hacer que me distraiga de pensar en el verdadero sentido de mi vida. Nos ocupamos más de lo que quiere nuestra cabeza que de lo que anhela nuestro corazón realmente. Pero de esto podemos hablar en otra entrada.
Volviendo al plano laboral, el demonio aprovecha esta debilidad para deformar mi realidad y susurrarme al oído que no sirvo, que he estudiado para nada, que por qué estudié eso y no otra cosa… Y yo a veces soy tan necia que lo escucho y me lo creo, y empiezo a maldecir por lo que no hice o lo que no tengo.
Mientras nos obsesionamos con lo que NO tenemos, dejamos de disfrutar de todo lo que TENEMOS
Y aunque a veces me obceco y escucho más al maligno que a Dios, Él, en su infinita misericordia me habla, me recuerda que mi valía no está en lo que he hecho, sino en cuánto he amado, -A la tarde te examinarán en el amor (San Juan de la Cruz)-, y, además, me cuida a través de sus ángeles, que pone cada día a mi lado para que me ayuden cuando escucho al que no tengo que escuchar.
- Me habla a través de mi marido, que soporta con paciencia todos estos defectos y me ayuda con su discernimiento. Además, me reafirma que mi verdadera vocación, más allá de títulos y mi perfil en LinkedIn, es el Amor a través del sacramento del matrimonio ¡y eso no lo cambio por nada!
- Me habla a través de mi familia, ¡a la que tanto tengo que agradecer! Y me recuerda, con dos padres en el cielo, que damos demasiada importancia a cosas que no son importantes y que no somos dueños de nuestra vida.
- Me habla a través de tantas otras familias que conocemos, viendo cómo acogen cruces pesadísimas con amor y viéndome tan limitada y pobre.
- Me habla a través de mi parroquia, de mi comunidad, en la que puedo compartir mi Fe.
- ¡Y también me habla a través de vosotros! Los que nos leéis y compartís vuestras inquietudes con nosotros, los que nos abrís vuestro corazón ¡sois otro motivo de bendición!
Por eso, si alguien está en mi misma situación, si no tiene trabajo, si no sabe qué hacer con su vida, si no lo han admitido en lo que quería estudiar… ¡no temáis! Al demonio le gusta mucho tentarnos, y tentarnos en nuestra historia, lo que vivimos cada día. Sin embargo, nuestro padre, que está en el Cielo, proveerá ¡y seguramente nos sorprenderá con creces!
Mientras tanto, pidámosle que podamos descansar en Su voluntad y aceptarla con alegría. Yo la primera.
A los demás, los que sepáis más o menos qué hacer este curso, los que habéis retomado las clases o el trabajo, los que empecéis una nueva etapa ¡ánimo! ¡vividla con alegría y agradecimiento! Y que los demás puedan ver en vosotros, el rostro de Cristo.