Cada uno de nosotros ha vivido los preparativos de la boda de una forma muy diferente. Mientras yo iba al grano con: iglesia, lugar del banquete, preparación de la celebración, fotógrafo y fin; ella no paraba de encontrar e iniciar nuevas tareas nunca acabadas: cestitas con cosas útiles para los baños, modelos diseñados a mano de las minutas, cortina de luces para hacer fotos bonitas, flores asilvestradas (¿o quizás no tanto?) para la Iglesia, hacer un guión del evento y pasárselo a los organizadores y al fotógrafo, pedir ramos para los que se van a casar de Colvinco, hacer conos con pétalos de olivo para que nos los tiren en lugar del arroz, etc, etc, etc, etc…

¡Dios te espera!
De esta forma, no eran pocos los agobios de ella, que tenía siempre miles de pequeñas (pero muy importantes, según ella) tareas pendientes, mientras que como «lo importante ya está» yo iba muuucho más tranquilo por el mundo. Y… ¿qué pasó? Que yo no supe ver su acumulación de minitareas a tiempo y ella acabó explotando poco antes de la boda. Sí, el demonio está empeñado en impedir los matrimonios cristianos, como ya nos avisaron amigos (y os avisamos nosotros): las últimas semanas antes de la boda iban a ser movidas.
¿Cómo lo superamos? Primero siendo comprensivos y pacientes el uno con el otro -un ejercicio que fue más mío que de ella-, entendiendo que nuestra diferencia es bella a los ojos de Dios y muy útil. Una vez calmados los ánimos, poniendo a Dios en medio y dando a cada cosa su valor -por ejemplo, ‘no pasa nada si los ramos no llegan a tiempo, hay alternativas’, o ‘no se arruina la boda sin ellos’-: ese fue un ejercicio más de ella que mío. Rezar fue fundamental.
Y esto no es un caso aislado: aún hoy oímos a amigos nuestros, que se van a casar, que nos dicen: «él no se toma enserio la boda… ¡no mira nada!» y cuando le preguntas a él «uy, si quedan aún 4 meses… ¡hay tiempo de sobra!»; o «él no se preocupa de la boda, no tiene ninguna ilusión» mientras que él dice «ya lo tenemos todo: iglesia, banquete, fotos e invitados… ahora toca esperar». Y estas diferencias no son algo aislado del tema boda. De hecho, el catecismo nos dice:
En todo tiempo, la unión del hombre y la mujer vive amenazada por la discordia, el espíritu de dominio, la infidelidad, los celos y conflictos que pueden conducir hasta el odio y la ruptura. […] Este desorden que constatamos dolorosamente, no se origina en la naturaleza del hombre y de la mujer, ni en la naturaleza de sus relaciones, sino en el pecado. Para sanar las heridas del pecado, el hombre y la mujer necesitan la ayuda de la gracia que Dios, en su misericordia infinita, jamás les ha negado. Sin esta ayuda, el hombre y la mujer no pueden llegar a realizar la unión de sus vidas en orden a la cual Dios los creó «al comienzo» (Catecismo 1606-1608)1.
Así pues, ante las discusiones de pareja, lo fundamental es acudir a Dios, fuente de amor, y convertirnos a Él, para poder amar como Él nos ama… ¡Hasta el extremo! Poniéndolo a Él y su Palabra como criterio, y no a nosotros mismos o nuestros pensamientos o «razones», encontraremos más fácilmente el camino que transitar juntos.
Nota 1 – Catecismo de la Iglesia Católica 1606-1608. Librería Editrice Vaticana.