Estos días me sorprendía ver cómo muchos amigos ‘virtuales’ de instagram de la otra orilla del Atlántico, podían volver a vivir la Eucaristía de forma presencial después de más de 7 meses sin poder asistir a causa de la pandemia.
Ver la alegría que compartían al poder acudir por fin a sus parroquias me conmovió, y es que nosotros también nos emocionamos cuando pudimos volver a nuestra parroquia y a nuestra comunidad (aunque en España eso fue posible ya desde mayo, con las debidas restricciones y medidas de seguridad).
Sin embargo, recordar esto me ha puesto en alerta porque parece que ya me he vuelto a «acostumbrar» a tener disponible la parroquia y los sacramentos, y a no valorarlos como es debido. A pensar que es «natural» que «estén ahí» e incluso a verme tentada con la posibilidad de no ir por pereza o cansancio.
El pasado fin de semana pudimos vivir una convivencia que ha sido un regalo en muchos sentidos. Primero, porque dada la situación actual, pensé que este año no habría convivencia (en el Camino Neocatecumenal, donde vivimos la Fe, siempre hay una convivencia de «inicio de curso»). Y segundo, porque el Señor nos ha dado abundante Palabra y ánimo para afrontar esta realidad, para combatir el buen combate.
Echamos muchas cosas de menos, el poder abrazarnos, darnos la Paz, a personas que por salud todavía no pueden exponerse… y hay otras que nos incomodan, la mascarilla, el gel hidroalcohólico a todas horas, el calcular las distancias de seguridad constantemente…
Sin embargo, ¡qué afortunados somos! El Señor nos ha cuidado y nos ha regalado su Palabra sin pausa, en un tiempo en el que es tan necesaria. Durante el confinamiento, gracias a las tecnologías, y después de él, con muchísimas celebraciones, convivencias, retiros, Eucaristías… ¡qué gran regalo!
Por eso, el ver estos días a hermanos en la Fe de tantos países lejanos emocionados por volver a la Casa del Padre, me ha recordado que nunca debo acostumbrarme a tenerlo todo en bandeja. Que es un don y que debo cuidar y sobre todo, defender.
Hoy empezamos el Adviento y, aunque siempre suelo decirlo, este no es un Adviento más. Este año con más razón queremos vivirlo de verdad, sin acostumbrarnos. Nos ilusiona volver a vivir un tiempo fuerte de la Iglesia en este año tan complicado y, sobre todo, porque este año podemos experimentar por primera vez, la misma espera que vivieron José y María y así identificarnos un poco más con ellos.
¡Feliz primer domingo de Adviento!
