Para los que me conocen y me ven a menudo, saben que llevo siempre un colgante de la Virgen María con el niño, una artesanía de las Hermanas de Belén que me parece preciosa y que llevamos casi todos los jóvenes de mi parroquia, entre ellos mi hermana. Un día, comparando nuestros colgantes, le recriminaba que el suyo pese a ser más nuevo, estaba ya muy desgastado porque nunca se lo quitaba (yo siempre me lo quito para ducharme o para ir a dormir). A diferencia del suyo, en mi colgante se apreciaba con mayor claridad el relieve de la Virgen y a mí me gustaba mucho más, pensaba que era lo correcto.

Dios habla a través de todo
Sin embargo, hace unos días, en una de esas comidas familiares en las que te encuentras con tus primos adolescentes, mi prima de quince años se puso a comparar también nuestros colgantes (en un momento que dejó las redes sociales). Y me sorprendió que me dijera que ¡cómo podía ser que tuviera el colgante tan sucio! Yo, en seguida, pensando que no me podía dar lecciones ella a mí, le dije que no era sucio, sino que conservaba aún el relieve original, no como el de mi hermana que lo lavaba todos los días y que al final ‘se erosionaba’. Total, que cada una siguió en sus trece pero no le dimos más importancia al tema y yo seguí contenta con mi colgante.
Pasados unos días, me acordé de esa situación y dije, bueno, voy a probar a mojar el colgante a ver qué pasa. Cuál fue mi sorpresa al ver que con el contacto del agua a presión, ese relieve que tanto adoraba, empezó a desprenderse ¡era suciedad acumulada de años! De repente me acordé de las veces que lo había desmentido y sentí entre vergüenza y una risa incontrolable. Y un poquito de asco, también debo decirlo. Tras ese lavado, mi colgante se volvió más blanco, como el de mi hermana, y aunque no se adivinaba tan bien la imagen, sin duda era mucho más limpio.
Y ya véis, la tontería me hizo pensar en cuántas veces estamos cegados por nuestros pecados, por esa suciedad que incluso llega a gustarnos, que no queremos quitarla de nuestra vida, que nos hemos acomodado en ella. Y no solo eso, sino que cuando alguien viene en nuestra ayuda pensamos: ‘ya ves tú este, qué sabrá de mí, no tiene ni idea…’ justo como me pasó con mi prima, porque la juzgaba y pensaba que con su Instagram ya tenía suficiente. Y qué humillación cuando llega tu prima y te dice con retintín ¿a que tenía razón? y no tienes más que aceptarlo y dar las gracias. Pero qué bien poder fiarse, dar un paso adelante, dar una oportunidad, un ¿y si esto es para mi bien? Y, después de todo eso, qué bien se ve luego cuando limpias esa suciedad, cuando sacas a la luz lo bueno, lo que ha estado oculto por el pecado, y ves con ojos nuevos, y aprendes a no juzgar a los demás.
¿Qué os parece? A veces en lo más escondido, en lo más mínimo y simple ¡ahí quiere Dios encontrarse contigo! ¿Os ha pasado alguna vez algo parecido?
Y por cierto, si queréis saber cuál es el famoso colgante, lo tenéis en este enlace.
Con frecuencia me acostumbro a mis «pecados leves», pero Dios que nos ama tanto, siempre envía sus mensajeros para que veamos y oigamos su Palabra. Gracias y bendiciones.
¡Exacto! Falta que nos dé la gracia de poder verlo ‘en las pequeñas cosas’. Gracias por comentar Irina, la paz!