Desde que me di cuenta a base de decepciones y desengaños de que mi vida no la podía controlar yo, empecé a pedirle al Señor en mis oraciones que pudiera hacer Su voluntad. Sin embargo, hacer su voluntad no era algo como hacer los deberes cada día o ayudar en las tareas de casa. Hacer Su voluntad era aceptarla, quererla, sabiendo que era bueno para mí, aunque no entrara en mi razón, aunque lo viese injusto. Así pues, mi oración se amplió a ‘aceptar y hacer Tu voluntad’.
Sin embargo, desde que nos hemos casado, de forma casi inconsciente, he añadido a esta oración la coletilla ‘con alegría’, y así la repito siempre que rezamos.
Y es que estamos llamados a la alegría. Sin ir más lejos, en el Evangelio de hoy, Jesús nos da la clave para que nuestra alegría sea plena. O San Pablo, que en la epístola a los Filipenses hasta nos lo reitera: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres”. El Papa Francisco lo plasmó en la Encíclica Evangelii Gaudium y en una homilía de hace aproximadamente un año en la que habla de que la alegría debe ser la respiración del cristiano. En definitiva, la alegría es una constante tanto en la Biblia, como en los Santos, en los distintos Papas…
¿Pero en nuestra vida?
Es muy fácil hablar de alegría cuando las cosas van bien, cuando incluso nos olvidamos de orar ‘porque no necesitamos nada’, ‘porque está todo perfecto’. Sin embargo, siendo realistas, hay poquísimos momentos en que eso ocurre. Por muy bien que vayan las cosas, siempre habrá cosas que puedan mejorar, o detallitos que nos hagan sentir incómodos, porque somos Insaciables.

¿Significa eso que nunca podremos ser felices?
¡En absoluto! El Papa Francisco, en la homilía referenciada antes, lo explica muy bien. No se trata de vivir de carcajada en carcajada, o como si todo fuera diversión, sino que la alegría cristiana es la paz del corazón, la que solamente Dios nos puede dar. Por eso, como es algo que está enraizado en nuestro corazón, por muchas dificultades que haya fuera, se podrá vivir en paz, ¡se podrá vivir con alegría!
Pero no es tan sencillo, y por eso, se lo pido insistentemente al Señor. Porque aquí hay una que cuando las cosas van ‘bien’ ya está pensando cuánto tardará en torcerse todo… y porque ha experimentado que cuando ha tenido un encuentro fuerte con el Señor, en una peregrinación, en un campamento, en una adoración, enseguida ha pasado algo (alguien, más bien) que le ha arrebatado esa alegría.
Un ejemplo muy reciente ha sido el de nuestra boda. La alegría y la ilusión de preparar ese día se vieron truncados por el repentino fallecimiento de mi padre. Sin embargo, a pesar de la tristeza obvia que nos provocó la noticia, pudimos vivirla con paz. Aun sin entender, aun pareciéndome una injusticia, pedía al Señor que pudiéramos vivirlo en paz. Aceptando su voluntad. Descansando en Él. Y es que la opción contraria, la de la maldición, la de rebelarse, hubiera acabado destrozando todo lo que el Señor me tenía preparado en el Matrimonio ¡que está siendo un regalo!
Por eso, desde entonces, pido esa alegría y esa paz, y armada con la bendición, intento que nadie me la arrebate. No sabemos lo que nos tiene preparado el Señor para este camino que hemos empezado. Si podremos tener hijos, si nos concederá nuevos trabajos cuando acaben nuestros contratos, si tendremos que afrontar alguna enfermedad grave o temporadas de mucha precariedad… Pero lo que sí sabemos, porque se lo pedimos, es que, sea lo que sea, podamos vivirlo con paz, sabiendo que es nuestro Padre y que sea lo que sea, será bueno para nosotros.
Precioso!! El Padre Kentenich decia «Todo por amor y con alegría». Y ese todo incluye todo!! Y uff… sí que cuesta vivir todas todas las circunstancias con amor y alegría. Me ayuda tanto recordar esta frase en circunstancias que invitan a todo lo contrario!
¡Muchas gracias por tu comentario, Verónica!
Y gracias por esa preciosa frase que enriquece esta entrada. Si todos pudiéramos vivir así, con amor y alegría ¡qué distinto sería todo!