Llevo días con la sintonía del Inspector Gadget™ en la mente, esa musiquilla tan pegadiza que me recuerda mi infancia y que probablemente estéis tarareando ahora mismo. Admitidlo. ¿Y por qué el Inspector Gadget a estas alturas? Porque resulta que, desde hace bastante tiempo, mi pequeña maleta de mano es ya como una extensión de mi cuerpo, mi complemento inseparable, mi gadget que en un abrir y cerrar de ojos, vuelvo a arrastrar.

La gadgetomaleta
Desde que empecé la universidad y por ende, a vivir en un piso que no era mi casa, arrastraba todos los fines de semana la maleta hacia casa, llena de ropa para lavar (esto solo fue el primer año). Después, trastitos, cambio de armario, libros, tuppers de mamá… siempre cargaba con algo nuevo. El año pasado, la maleta de mano se convirtió en una maleta mayor, puesto que la distancia se hacía más larga. Y no sabéis el tormento que es llegar al tren y tener que subir el maletón al portaequipajes… Y por fin, un año que pensaba que me desharía de ella, tengo que llevarla todos los fines de semana que voy a visitarle (a él) porque sigue habiendo una distancia que nos separa.
Quizá os parezca una tontería, pero a mí el ‘tema maleta’ empieza a afectarme, qué pongo dentro, que no cierra, que seguro que se me olvida algo, voy a meter esto ‘porsi’…
En fin, ¿dónde quiero llegar? Este dilema mío con la maleta se resume en que soy muy acomodada, no quiero desinstalarme ni que me desinstalen. Quiero decir ¡qué bien se está aquí! ¡Vamos a montar tres tiendas! Quiero tener mi vida asentadita, mi piso, mi trabajo estable, mi familia cerca, todo bien arreglado dentro del esquema mental que tengo amueblado. Mi maleta cerrada y tranquila. Porque, en definitiva, cada vez que uso la maleta es porque ha habido un cambio de planes, porque tengo a las personas que quiero lejos, porque no tengo un sitio donde diga: esta va a ser mi casa para siempre (benditas mudanzas…). Y esta realidad, no me gusta, me incomoda. Yo quisiera cerrar y abrir los ojos y verme ya viviendo la historia que yo he pensado, mi casa, mi trabajo que me guste, mi marido, mis hijos… pero Dios no me llama a vivir ese plan ( o sí, quién sabe, pero seguro que Él lo tiene mucho mejor ‘montado’).
En mi libertad, Él me llama para cosas más grandes, cosas que implican coger la maleta, y cargar con peso, con sufrimientos. Pero si me acompaña él no hay problema, porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mateo 11, 30)1. Al final, todos tenemos que cargar con una maleta pesada, no hay ninguna maleta que no pese, eso ni es maleta, ni es nada. Puedo coger este fin de semana mi gadgetomaleta y refunfuñar como siempre, quejándome de tener que arrastrarla, o puedo cogerla con humor y decir, Señor, a dónde quieras, cómo quieras y con quien tú quieras.
¿Y vosotros? ¿Tenéis la sensación de llevar una gadgetomaleta? ¿La cogéis refunfuñando o con alegría?
TM – Marca registrada de un tercero. Más información en Inspector Gadget.
1 – Biblia de Jerusalén. Edición de 1998. Mateo 11, 30.