Mi Tarsis

Con razón mi padre me llamaba de forma cariñosa ‘cabezota’, porque cuando me empeñaba en algo, no paraba hasta conseguirlo.

Y esto, que tiene su parte positiva porque gracias a ese empeño he alcanzado muchas metas en mi vida, tiene su contrapartida, y es que hay cosas que no dependen de mis fuerzas o logros y otras que ‘no me convienen’, que no entran en la voluntad de Dios. Y aquí entra nuestra libertad.

Hoy os cuento el motivo de mi desaparición por aquí en un tiempo, o cómo me he obcecado en huir de la voluntad del Señor y he buscado desesperadamente ‘mi Tarsis’, como Jonás.

Como soy una persona que no puede estarse quieta, la idea de un curso ‘en blanco’ me agobiaba (¡y eso que el Señor se sirvió de mi último año en blanco para conocer a mi marido!). Mi contrato acababa inexorablemente en agosto y fuera de ahí ya no tenía planes, así que empecé a buscarlos por mi cuenta. En esa búsqueda di con una formación que llamó mi atención y me empeñé en acceder a esos estudios, aun sabiendo que mi perfil no era el idóneo y que el acceso sería difícil.

En la lista de admitidos provisional apareció mi nombre y empecé a proyectar mi futuro, y, como el cuento de la lechera, cuando apareció la definitiva salí de la lista y el cántaro se me rompió.

No entendía por qué Dios me negaba estudiar eso si era algo objetivamente ‘bueno’ para mí. Así que no desistí y fui a ver si cogía alguna vacante. Y así fue, salí con una plaza en el turno de tardes. Y, aunque sabía que el horario era totalmente incompatible con la vida familiar y social, mi cabezonería se impuso.

Cegada por haber conseguido mi objetivo, no quería darme cuenta de que no podía aguantar así todo el curso, de que era insostenible. Y cuando llevaba casi dos semanas yendo a clase, tuve uno de esos días en los que todo lo que puede salir mal, sale mal (con el factor de depender de 3 tipos de transporte público, lo cual le da más emoción a la cosa). En ese momento de impotencia sentí que Dios me decía ¿no ves que así no puedes? Y por primera vez en mucho tiempo tomé la decisión de pensar en ‘nosotros’ y no en el ‘yo’, de fiarme del Señor y renunciar a esos estudios. Y por fin tuve paz.

Sin embargo, era una calma contenida, porque seguía queriendo estudiar. Además, el demonio aprovecha mucho la soledad del hogar para tentarme y para pensar más de lo que toca (¿qué vas a hacer todo el día en casa, limpiar?, mira a tu alrededor, todos tienen trabajo y tú no, ¿qué haces con tanto título en el armario?…)

Total, que en la última repesca obtuve una vacante en el turno de mañanas, lo que llevaba queriendo desde junio. Eso me permitía conciliar con mi familia, tener los mismo horarios que mi marido, poder tener vida social…

Ya tenía lo que quería y en un mes me di cuenta de que seguía sin estar feliz. Estos estudios me han hecho ver mi debilidad porque 13 años después he tenido que desempolvar las matemáticas en mi vida y he tenido que pedir ayuda para avanzar en clase, algo que nunca había hecho porque me había refugiado en las letras, mi zona de confort.

Durante un mes estuve fingiendo que me encantaba lo que estaba haciendo ¡cómo decir lo contrario con la guerra que había dado! sin embargo, esa tristeza y desgana la volcaba en casa con quien no la merecía y sabía que así no podía seguir…

Así que tuve que sufrir una pequeña humillación para ver que el Señor me hablaba ahí y quería rescatarme. Por mi terquedad me había concedido al final lo que yo quería, en lo que había centrado mis esfuerzos esos últimos meses, para que fuese yo misma quien se diera cuenta de que no me hacía feliz. 

La decisión fue dura porque tuve que tragarme mis palabras y lo viví como un fracaso personal a ojos del mundo, pero me sentí libre verdaderamente. Además, el día que tenía que tomar la decisión, mi marido me dijo que invirtiera la tarde rezando, escrutando, leyendo la Biblia, para que me diera luz. Y así fue, releí la historia de Jonás y me sentí totalmente identificada, porque él, teniendo una misión concreta, quiso ir en dirección opuesta (a Tarsis) y sufrió todo tipo de adversidades hasta acabar en el interior de un gran pez y fue ahí donde clamó al Señor, el Señor lo liberó y se dedicó finalmente a su misión.

Ahora, en la soledad de mi hogar por las mañanas, sé que estoy donde tengo que estar y que tengo que fiarme de Dios. He improvisado un coworking en el salón de casa y estoy empezando a materializar cositas que me hacen mucha ilusión y que absorben todo mi tiempo. Si es de Dios, espero que algún día puedan ver la luz y si no, estaré feliz de haber vivido este tiempo con ilusión. 

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