Hace ya algunos meses que empezamos esta aventura de plasmar por escrito cómo íbamos viviendo nuestro noviazgo y un poco como remedio para la distancia que ahora se ha acortado. Sin embargo, todavía no habíamos hablado de esta historia, nuestra historia.
Quizá los que nos conocéis personalmente, ya la habéis oído, y es que no me canso de hablar de ella porque es Dios mismo actuando en nuestras vidas, un testimonio de fe y esperanza y un motivo para darle gloria. Pero, para los que nos leéis y nos conocéis virtualmente, creo que es momento de hablar de esta historia…

Nuestra historia
Supimos de nuestra existencia hace ya tres o cuatro años, cuando un grupo de universitarios decidimos juntarnos a rezar en el campus donde justamente él trabajaba y donde vi que era del pueblo donde yo había nacido y donde tengo toda mi familia. Pero poco más.
Haz las maletas
Una vez acabada la carrera, y con un curso vacío por delante, más o menos por las mismas fechas de ahora pero hace dos años, me dan una noticia que me rompe: mi abuela tiene una grave enfermedad. En ese momento, lo que yo veía que no tenía sentido (no iba a estudiar un máster, ni tenía trabajo, ni me iba a otro país a aprender inglés) cobró su sentido: mi misión era estar allí con ella. Así que hice las maletas y me fui al pueblo de mi familia, a vivir en el hospital prácticamente y a aprovechar cada día con mi abuela. Sin embargo, la vida de hospital es muy dura y desde el principio supe que no podía abandonar mi vida de fe, que iba a ser un sustento para mí en esos momentos. Cogí el teléfono y contacté con un amigo de él para que me dijera qué hacían en su parroquia para poder unirme a ellos, y al día siguiente ya aparecí por ahí.
En ese momento volví a encontrarme con él, lo cual me alegró mucho (inexplicablemente, pues solo habíamos hablado un par de veces antes) y se ve que a él también, pues le sorprendió mucho cómo dejé mi vida en mi ciudad, mis amigos, mis proyectos… para irme a otro sitio a cuidar de un ser querido. Desde el primer día se mostró muy atento conmigo, y se esforzó porque me sintiera acogida con el resto de jóvenes, ya que para mí ese momento de ir a misa y después a cenar, era mi único momento de evasión de la semana y lo esperaba con ansia.
Vuelve a hacer las maletas
Al cabo de tres meses, mi abuela pasó al Padre y de nuevo hice las maletas para volver a mis proyectos, a mi ciudad, y donde se me regaló mi primer trabajo ya como titulada, sin yo buscarlo. Fue en ese tiempo, cuando empezamos a hablar más a menudo y cuando empecé a echar(lo) de menos. Me brindó su apoyo, hablábamos hasta las tres de la madrugada aun teniendo él que madrugar para ir a trabajar, y sin saber por qué, se me hizo natural que habláramos todos los días, a todas horas (siempre que los jefes nos lo permitían). Descubrí con él que las apariencias engañan, que hay personas maravillosas con un gran corazón que a veces no vemos por nuestros prejuicios y que Dios envía ángeles que nos ayudan y nos acercan más a Él. Sin embargo, no supe darme cuenta de esto y valorarlo en ese momento y seguí con mi vida anterior, con mi corazón endurecido.
Fue en la JMJ de Cracovia, tras una catequesis sobre la vocación, algo que me atormentaba y en lo que exigía respuestas a Dios, cuando pude, con total libertad y muy feliz, decirle al Señor que podía cambiar mi vida. Siempre iba con reservas, con apañitos, pero Dios quería, y quiere, actuar con radicalidad. Así que en ese momento, descansé en Él y me fié, y ya no viví una espera impaciente, sino sosegada, sabiendo que no me iba a dejar de lado.
Rehaz las maletas
Tras ese verano, y hace un año ahora, volví a hacer las maletas y me fui ya bastante más lejos, a seguir formándome. Y fue ahí donde me di cuenta de todo lo que dejaba lejos. De que la sociedad te exige tener cada vez más estudios, de que si no iba a una gran ciudad no iba a tener trabajo de lo mío… Y eso está muy bien, pero hay cosas más importantes, y hasta entonces, cegada por los estudios y por dar la talla, no había tenido en cuenta. Y así, un día, después de misa, le hice la pregunta que llevaba tiempo queriéndole hacer, y que era mucho más importante que el máster y el trabajo, pero que me aterraba formular por los muros que me había construido durante tantos años a mi alrededor. Las casi tres horas al teléfono que sucedieron a esa pregunta desembocaron en unos billetes de tren y una reserva de hotel para el fin de semana siguiente. Porque hay cosas que no se pueden contestar virtualmente.
El resto, una historia de tres, ya lo sabéis, iniciamos nuestra andadura juntos, empezamos el blog y poco a poco en este tiempo os hemos ido contando aspectos de nuestro noviazgo. Hemos madurado mucho, hemos vivido situaciones de mucho estrés, de mucha alegría, hemos caído, nos hemos levantado, me he vuelto a ilusionar por cosas simples de la vida y no hay día que no dé gracias a Dios por esta historia. Porque de un acontecimiento de muerte a ojos del mundo, de sufrimiento, de pérdida, el Señor ha sacado vida, ha sacado nuestra historia.