Recuerdo el último mes previo a dar a luz, allá por la semana 37 en la que el embarazo ya está a término y el bebé puede nacer de un momento a otro. Me entró el llamado ‘síndrome del nido’, la obsesión por tener tooodas las cosas preparadas para la llegada del bebé.
Una de las cosas que más me obsesionaron fue la preparación de la ‘maleta’ o ‘bolsa’ del hospital. Aquello que hay que llevar tanto para los papás como para el bebé para la estancia en el hospital. No recuerdo cuántos vídeos vi sobre eso ni cuántas entradas de blog ni webs. Elaboré varias listas, subrayé, taché y añadí elementos cada día. Incluso llegué a discutir con mi marido por la dichosa maletita. Tenía que tener la maleta perfecta porque con la situación del Covid no podía salir mi marido a por lo que faltase. Cuando ya tuve todo lo que hacía falta, me esmeré en guardar y ordenar todas las cositas en bolsas zip herméticas y bien rotuladas y me encargué de explicarle con detalle a mi marido el cometido de cada una: la bolsita para la sala de dilatación. La bolsita para el paritorio. La bolsita con la ropa de primera puesta del bebé. Y así más de 10 bolsas perfectamente ordenadas.
Sin embargo, como ya vaticinaba en la última entrada antes de dar a luz, al final las cosas saldrían como Dios quisiera y no como yo había imaginado. Y, por supuesto, así fue. La dilatación fue tan rápida que de un momento a otro me vi en el paritorio, y mi marido corriendo por el hospital para no perderse el nacimiento de nuestra hija. No hubo tiempo de: ‘cariño, coge tal bolsita’. Y lo mismo pasó el día que nos dieron el alta. Yo quería la típica foto a la puerta del hospital, con la familia esperando fuera y mi bebé monísima con su ropita nueva. La realidad es que ese día llovía a cántaros, no teníamos paraguas y en el parking nos metieron prisa para quitar el coche porque no quedaban plazas libres…
Y todo esto lo pensaba a los pocos días de estar en casa con la peque, mientras deshacía la ‘perfecta’ maleta del hospital con más de la mitad de cosas intactas. Y no podía evitar reírme al pensar la tonta obsesión por la maleta y de qué poco me había servido…
Y esto es algo que he experimentado también en mi vida. ¿Cuántas veces me he obsesionado y preocupado por algo nimio en exceso? ¿Cuántas veces he querido tenerlo todo bajo control? ¡Cuántas preocupaciones y enfados me hubiera ahorrado si me hubiera fiado más del Señor y le hubiera dado a cada cosa la importancia que le corresponde! Y, bueno, quizá las cosas después no han salido como tenía previsto, pero al final, han acabado saliendo. ¡Y tal vez incluso mejor todavía!
Y es que, os aseguro que cuando por fin tuve a mi hija en brazos, ya se me olvidó todo. Pero de esto os hablaré en otra entrada 😉
¡Un abrazo virtual!
