Hay situaciones en la vida en las que puedes sentir el amor de Dios de una forma muy palpable: tras una confesión, tras recibirlo en la Eucaristía, al ver la entrega de los misioneros… Sin embargo, también puedes verlo en otras situaciones ‘menos convencionales’, si sabes verlo. Yo, esta semana, lo he visto en unas pizzas, unos montaditos y un bizcocho, todo riquísimo. Y todo sin gluten.
Como ya he dicho en alguna que otra entrada, el Señor se sirve de pequeños detalles cotidianos para demostrarnos su Amor, y lo hace también a través de personas concretas que con su trabajo silencioso y pequeños actos, muestran el rostro de Dios.
Ya bueno… ¿y qué pinta el gluten aquí?
Esta semana tuve que quedarme a dormir en el piso de mi hermana (que también tiene la suerte de vivir la fe en su piso de estudiantes) y esa misma noche, habían invitado a unos amigos recién casados a cenar (de los que hablé en Bodas, bodas, bodas). Pues bien, cuando llegué por la tarde, la cocina era un festival de ingredientes, recipientes y cacharros y el horno no daba para más. Les estaban preparando la cena. Y bueno, yo que suelo ir siempre con el tiempo justo, si tengo una cena así, suelo despacharla rápido con unas tortillas precocinadas, pizzas ya listas para calentar y una bolsa de patatas fritas. Y todos contentos. Pero en este caso no podía ser así por la intolerancia al gluten de los invitados.

Ama como Dios te ama
Quizá otros no se hubieran molestado tanto en readaptar el menú y lo que implica, que es tener que hacerlo todo a mano, y hubieran dicho que llevaran algo ‘apto’ para ellos y se calentaba en casa, o hubieran comprado algo a propósito y exclusivo sólo para esa persona. Que es estupendo y que quizá yo hubiera hecho.
Sin embargo, ellas dedicaron toda la tarde a pensar, a preparar y a cuidar esa cena con mucho amor. Además, los que tenemos familiares intolerantes al gluten, sabemos que hay que tener mucho cuidado con la manipulación de alimentos y utensilios, puesto que se pueden ‘contaminar’ si entran en contacto con el gluten… Después de todo, con el hambre que teníamos, se alegraron muchísimo y no se creían que pudieran comer de todo sin problemas, decían que hacía mucho tiempo que eso no les pasaba, que siempre tenían restricciones.
En definitiva, ese acto me llamó la atención, pero no en ese momento, que yo también tenía hambre, sino ¡unos días después! en un momento de bajón en el que necesitaba un guiño de Él para poder sonreír. Y también me recordó una película que tengo pendiente y que recomendó hasta la saciedad mi profesor de Doctrina Social de la Iglesia durante la carrera, El festín de Babette, una película viejuna pero entrañable -decía- en la que a una mujer humilde le toca la lotería y en vez de mejorar su situación social, invita a todos a una cena colosal.
A fin de cuentas, como decía Santa Teresa de Calcuta, se trata de…
‘Hacer las cosas ordinarias, con un amor extraordinario’
Que bonita entrada!!
Sencilla pero transmitiendo como el señor esta en todo momento y en todas las cosas.
A seguir haciendo cosas extraordinarias!
¡Gracias Belén! Es una gracia poder ver estos detalles extraordinarios en lo ordinario de la vida, un abrazo